Déu Pare, dame Gracia y pone en mí el deseo de buscarte, para que al buscarte pueda encontrarte, para que al encontrarte pueda amarte, y para que al amarte pueda odiar con todas mis fuerzas, con toda mi alma y todo mi corazón, todos los pecados de los que me has salvado...
En el Nombre de Jesús, amén!



viernes, 4 de febrero de 2011

De Cómo Replicar a Uno de los Más Viejos Argumentos Ateos contra la Justicia de Dios...


Uno nunca se va a la cama sin haber aprendido algo nuevo y sin haber escuchado el viejo mantra que repite todo ateo que se precie de serlo: No creo en un Dios que condena al hombre al infierno por toda la eternidad...

No es cierto, simplemente no cree porque no ha recibido fe, no obstante, en esta entrada explicaré cómo desmontar esta falacia.

El punto primero es negar la mayor, es decir, Dios no condena a nadie, es el ser humano quien se condena a sí mismo.

Desarrollemos esto.

Dios le da dos oportunidades al hombre para evitar su condenación.

Empecemos con la primera.
Bien, ésta es la Ley interior -la conciencia- que Dios ha depositado en todo ser humano.

En efecto, todo el mundo sabe lo que está bien y lo que está mal, y sin embargo, a lo largo del día, el hombre opta libre y voluntariamente por hacer el Mal en una gran cantidad de ocasiones.

Cuando uno afirma esta premisa, el ateo replica que no es cierta, pues lo que en nuestra cultura creemos que está bien, no tiene por qué estarlo en otra cultura, y eso es cierto, pero es una media verdad, o sea, una verdadera mentira.

En efecto, porque mientras yo hablo de conciencia, él habla de valores culturales.

Dios ha depositado en todo ser humano la conciencia de lo que está bien, y lo que está mal, independientemente de valor cultural alguno.

Cómo sabemos esto?
Bien, porque todo ser humano es capaz de reconocer cuando es objeto de un acto Justo, y de uno Injusto, cuando se le hace un Bien o un Mal.

Cierto, cada vez que uno está en posición de debilidad, y alguien se aprovecha de ella, ese uno reconoce fácilmente que eso está Mal, a pesar de haber estado toda su vida aprovechándose de aquellos que estaban en posición de debilidad.

Cuando alguien está colgado en la carretera porque su coche se ha estropeado, y es recogido generosamente por un desconocido, esa persona -la cual nunca se había sentido culpable ninguna de las veces que había pasado de largo de todos los automovilistas que había visto colgados anteriormente en tantas otras ocasiones- reconoce fácilmente que lo Bueno es ayudar al prójimo desinteresadamente.

No importa los valores culturales en los que uno haya sido educado, todo el mundo entiende esta máxima y la reconoce como Justa: Trata a los demás del modo en que te gustaría ser tratado.

En efecto, tomemos un ejemplo bíblico.

Saúl, como israelita, había sido educado por un lado, en una mala interpretación del ojo por ojo, diente por diente, y por el otro, como miembro de la nobleza, había interiorizado como correcto destruir a todo aquel que supusiera una amenaza.

Sin embargo, cuando David -que estaba siendo objeto de las persecuciones del mismísimo Rey Saúl- le perdona la vida en la cueva de En-Gadi, cómo reacciona el noble?

Reconociendo la verdadera Justicia,
17 y dijo a David: Más justo eres tú que yo, que me has pagado con bien, habiéndote yo pagado con mal.

18 Tú has mostrado hoy que has hecho conmigo bien; pues no me has dado muerte, habiéndome entregado YHWH en tu mano.

19 Porque ¿quién hallará a su enemigo, y lo dejará ir sano y salvo? YHWH te pague con bien por lo que en este día has hecho conmigo.

1 Samuel 24
Toda su formación, sus valores culturales de Al enemigo ni agua!, se hacen añicos cuando es objeto de verdadera Justicia.

Si lo cultural se impusiera a la Ley interior, Saúl habría considerado una locura la acción de David, pero no es así, la alaba.

Por tanto, cuando alguien miente, niega ayuda a su prójimo, roba y demás acciones que uno reconocería como malas caso de ser objeto de ellas, sabe -dentro de él- que está haciendo el Mal.

Y lo sabe por la Ley interior que Dios ha puesto en todo ser humano la cual reza así: Trata a los demás del modo en que te gustaría ser tratado, todo lo que salga de aquí está Mal.

Ahá, la vieja Regla de Oro.

Por tanto, la primera oportunidad que da Dios al hombre para evitar ser condenado, es rechazada por este.

Ahora bien, he dicho que Dios le da al ser humano dos oportunidades, cuál es la segunda?

La segunda es aceptar el sacrificio de Jesús.

Dado que Dios es Justo, y debe cumplir Su Ley -el alma que pecare morirá- el Señor, mediante un acto de pura Misericordia, manda un sustituto sobre quien recaiga el castigo que la Ley de Dios exige por el pecado del hombre: el Mesías, el Cristo.

Pero el hombre hace oídos sordos a los mandatos de Dios, ni deja de hacer el Mal, ni acepta al Cristo como su sustituto.

Por tanto, Dios no condena a nadie, es el hombre -el cual se regocija en su maldad- quien libremente elige hacer el Mal.

Pero no nos olvidemos de algo, el mantra del ateo toca otro tema: el de la eternidad del castigo de Dios.

Bien, la explicación a esto es muy sencilla.

La causa de que la condena deba ser eterna es la Santidad de Dios.

En efecto, Dios es pura Santidad, y donde hay Santidad no puede haber pecado del mismo modo que donde hay Luz no puede haber Sombra.

Por tanto, cuando el ser humano hace el Mal, su alma queda manchada, contaminada, impura.

Esto es lo que explica el por qué el alma que pecare, esa morirá pues cuando el hombre peca, la impureza de su alma imposibilita recibir vida eterna, comunión con Dios tras su muerte física.

Esta es la respuesta correcta, pero también es la respuesta que el ateo no quiere escuchar pues no la comprende.

En efecto, un incrédulo no comprende qué es el pecado del mismo modo que un pez no se da cuenta que está mojado, ya sabes, pues todo lo que rodea al pez es humedad.

No obstante, su incapacidad de comprender la Verdad no es óbvice para que la expongamos.

Mientras meditáis en todo ello, dad gracias a Dios por todo en el Nombre de nuestro Señor Jesucristo...