Déu Pare, dame Gracia y pone en mí el deseo de buscarte, para que al buscarte pueda encontrarte, para que al encontrarte pueda amarte, y para que al amarte pueda odiar con todas mis fuerzas, con toda mi alma y todo mi corazón, todos los pecados de los que me has salvado...
En el Nombre de Jesús, amén!



viernes, 16 de diciembre de 2011

De Tablas de Carne, Transfiguraciones y la Ley del Cristo...


3 siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón.
2 Corintios 3:3
Hay un dicho calvinista que sostiene que si las personas a las que predicas el Evangelio, no lo confunden con antinomianismo, es que lo has explicado mal...

En efecto, pero que los cristianos no estemos sin Ley sino bajo la Ley de Cristo nos fuerza a preguntarnos en qué consiste dicha Ley.

La Ley mosaica que anunciaba la nuestra era el patrón de santidad a la que el israelita debía reflejarse, pues esta se alcanzaba mediante la observancia legalista de dicha Ley.

Sin embargo, cuál es nuestro patrón?
Jesucristo, la Palabra de Dios encarnada y ungida por el Espíritu Santo de Dios.

Jesús es la Ley, el patrón que evalúa la santidad pues esta se manifiesta a medida que el creyente crece a imagen suya mediante la acción del Espíritu en él.

En efecto, el Mesías es el modelo que encarna ahora para nosotros las tablas de piedra de la Ley de Dios, no imputando simplemente en los creyentes su vida sin pecado, es decir, su justicia, sino enviando su Espíritu para moldearnos a imagen suya.

En la tan ignorada escena de la Transfiguración, Jesús aparece junto a Moisés y Elías, arquetipos vivos del Antiguo Pacto.
Sin embargo, no es en estos en quienes Dios tiene contentamiento, y a quienes quiere que escuchemos, sino al Mesías Cristo.

En dicha escena vemos un paralelismo claro entre la entrega de las Tablas en el Sinaí y la transfiguración, sin embargo, aquel que es mayor que Moisés no entrega unas tablas de piedra a las que ajustarse sino a sí mismo, pues el Nuevo Pacto no se funda en nuestra obediencia sino en la de Jesús.

Es el Espíritu que envía el Señor aquel que nos aplica su justicia mediante la fe, es el Espíritu que nos envía el Señor aquel que imprime en nuestros corazones la Ley de Dios, es el Espíritu que nos envía el Señor aquel que nos moldea a imagen de la Ley eterna de Dios: la Palabra de Dios hecha carne.

En efecto, el Antiguo Pacto era de fuera para adentro, y fracasó porque dependía de un ser humano que aborrecía la entrega al prójimo por Amor a Dios que resumía la Ley de Dios, mientras que el Nuevo es de dentro hacia afuera, pues reposa en la Gracia de una obra consumada y aplicada sobre todo creyente.

Es la Gracia la que nos imputa la obediencia perfecta del Redentor, es la Gracia la que nos regenera, es la Gracia la que produce en nosotros tanto el querer como el hacer, es la Gracia la que efectúa una circuncisión en nuestro corazón que nos moldea a imagen de Jesús.

En otras palabras, Jesucristo sustituye la tablas muertas de piedra por corazones de carne, al morar en su pueblo mediante un Espíritu que ha arrancado corazones de piedra que esclavizaba al pecado al hombre, y los ha sustituído por corazones de carne que libertan al creyente en la obediencia.

En efecto, aquel que encarna el Nuevo Pacto para su pueblo, produce en estos -mediante su Espíritu- todo aquello necesario para ajustarse a dicho Pacto: Fe, perseverancia, humildad, fidelidad a Dios antes que a los hombres...

La Salvación es por Gracia, no por obras, porque la Nueva Ley es el Dador de la Ley, y el Perfecto Cumplidor de ella, el cual mora mediante su Espíritu en un pueblo en cuyos corazones circuncidados ha impreso la Eterna Ley de Dios.

La Ley del Cristo, la cual les permite andar como él anduvo: entregado a los hermanos por Amor a Dios.

Mientras meditáis en todo esto, dad las gracias a Dios nuestro Padre por todo en el Nombre de nuestro Señor Jesucristo...





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